
...y caminando, caminando llega un día en el que me encuentro con un bosque de bambú.
Bambú verde, de gruesos tallos y delgadas hojas. Por donde la luz se desliza como si fuese pan de oro, valiosa, bella y escasa.
Paso entre tallos y más tallos, todos erguidos, mirando al cielo... poso la mano sobre uno de ellos mirando hacia arriba, contemplando la majestuosidad de aquel bosque y descubro que su corteza es suave y lisa.
Deslizo la yema de mis dedos por aquel tallo sorteando los surcos ásperos que recorren el diámetro de la planta.
Un soplido de la brisa primaveral hace susurrar al bambú. Susurra palabras que relajan, palabras dulces y tiernas que seguro le dedica a cualquier oido que esté dispuesto a detenerse unos segundos a escuchar aquel murmuro.
Nada se mueve, pero todo respira... casi pueden oirse unos latidos surgir de la propia tierra, del mismo bambú.
Mi olfato se ve inundado por un olor de humedad, de hierba fresca y pinaza...
Sigo caminando, pisando la hojarasca que cruje bajo mis pasos; sólo bambú por donde mire, más que un bosque parece una cárcel.
Empuño los tallos con las manos, como si fuesen barrotes. "Que cárcel más bella" pienso.
Y sigo caminando a trompicones, sorteando los tallos de bambú que parecen emanar del suelo.
Doy un último paso, pero ya no es en terreno mullido, ya no tengo que sortear tallos ni mis sentidos se ven embriagados... parece ser que he vuelto a llegar a casa.
...Algún día, tengo que llevarte a mi jardín de bambú...
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